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“El primero de mayo, no voy a asistir al trabajo para demostrarles que, sin nosotros, los hispanos, en este país no son nada.” 

Mi nombre es “Natalia.” Nací en Querétaro y ahora vivo en Nueva York. Me mudé a los Estados Unidos en el 2007. Mi pareja con quien tengo dos hijos había llegado a este país siete años antes. Poco a poco después de que él se vino, me empecé a dar cuenta que se estaba desentendiendo de nuestros hijos — como que se olvidó que tenía una familia y dos hijos. Entonces hubo una separación.

Yo empecé a trabajar mucho — cuidando de mis hijos, además de que lavaba y planchaba ropa ajena. Dejaba a mis hijos en la escuela a la una de la tarde y entraba a trabajar en una papelería a las dos; cuando salía a las 6, los tenía que recoger. Trabajaba mucho para poder absorber los gastos — la línea de teléfono, la luz y demás gastos. Yo era el único apoyo. Mis hijos y yo vivíamos en una casa que estaba a nombre de mi pareja en la Ciudad de México. Su hermano le exigió que le mandara los derechos de la casa y él se los cedió.

Tuvimos muchos problemas la familia de mi pareja y yo. Su hermano me echó muchas cosas en la cara que no me parecieron hasta quedé en el hospital con una embolia del coraje que me hizo pasar. Le dije a mi pareja — que vivía en Nueva York — que fuera honesto conmigo sobre sus sentimientos para yo poder evitarme mas problemas con su familia. Su familia me echó de la casa. Lo material no me importaba. Con mi propio trabajo, yo dije, voy a salir adelante con mis hijos y me fui.

Busque dónde quedarme y pude rentar una casa con mis ahorros. Era demasiado peso — pagar renta, colegiaturas.

Callé lo que me estaba pasando frente a mis padres porque no quería ver sus reacción. Un día hablé con mi hermano y le conté todo lo que había pasado, a lo que él me respondió que me regresara a la casa de mis papás en Queretaro. Me preguntó, “¿qué haces ahí? Pero yo no tenía ni para el pasaje. Mi hermano me consiguió donde quedarme en casa de una señora y me ayudó con el dinero para comprar boletos para regresarme con mis niños donde mi familia me estaba esperando.

Mi mamá me pidió una explicación. Le pedí que no me preguntara nada — lo que pasó, pasó. Sí le pedí que se hiciera cargo de mis hijos mientras yo trabajaba a una hora de la casa de Lunes a Sábado. Trabajaba dando masajes en un hospital. Mis patrones eran una pareja de doctores que eran los dueños del hospital. Ellos se portaban muy bien conmigo. Me ofrecieron que me quedara en su casa entre semana para poder ahorrar mas de lo que ganaba para los estudios de mis hijos y la comida para mi mamá. Me dijeron que hasta me dejaban ir temprano el sábado y llegar tarde el lunes. La doctora se compadecía de mí, me dijo, porque ella entendía lo difícil que es ser madre y estar sola. Me trataron muy bien durante ese año que viví con ellos — lo que compraran de comer, lo comíamos todos y no me dejaban poner gasto hacia la comida.

Cuando mi hija tenía 13 años, mi hermana que vivía en Chicago me preguntó que si quería venirme con ella. Me dijo, “no tienes que gastar dinero porque yo te pagaría lo del coyote”. Lo pensé, pero le dije a mi hermana, “te voy a ser muy sincera, el día que yo me vaya va a ser de mi propio esfuerzo y cuando yo lo decida”. Pero al año, me decidí y le dije a mi mamá, “me voy a ir para los Estados Unidos”. Ella me contestó que estaba loca. Pero estaría mas loca si me quedara allá con los gastos de mis hijos que estaban aumentando cada día más. También le quería demostrar a mi ex-pareja que yo iba salir adelante aunque él me había dado la espalda cuando mas lo necesitaba. Se iba a arrepentir su familia que tanto hablaron de mí. Mi mamá no me creía y me dijo, “mañana me dices otra vez.”

Seguí trabajando, pero un día en Febrero les dije a los doctores, mis patrones, “trabajo hasta cierto día”. Renuncié aunque me ofrecieron un aumento al doble porque era su mejor empleada y aunque sabía que tendría que dejar a su niño, Christian. Me había encariñado tanto con aquel niño que no hablaba y no veía. A ese niño todavía lo quiero mucho. Siempre van a estar en mi corazón. Les dije, “no porque me vaya lo voy a dejar de querer. Pero supe que me tenía que ir.”

Antes de irme, me comprometí a hacer una penitencia, una tradición vieja de donde soy. Dije, “yo quiero ir a la caminata, la peregrinación, a la Basílica de la Virgen de Guadalupe.” No era fácil — para llegar se tenía que atravesar montes. Me preguntaban mis familiares, “¿estás segura que vas a aguantar ir caminando?” Quería llegar con la Virgen de Guadalupe. Salimos a las 2am un día y no llegamos hasta la próxima tarde a las 8pm. Teníamos que subir muchos escalones. Una parte hasta la caminé de rodillas. Cuando yo llegue a la cima, hablé con la virgen y le conté que me dolía mucho dejar a mis hijos. Le pedí que me abriera el camino.

También quise ir a la iglesia para que el padre me diera la bendición. Me confesé y le dije al padre que iba ir a Chicago. Dijo, “Dios te va a cuidar.”

Mi mamá, que ya había hecho ese viaje, me advirtió, “en el camino pasan muchas cosas y no te quiero espantar.” Tenía un solo pendiente entonces. Le pedí a mi mamá que se hiciera cargo de mis hijos. Le pedí que me firmara una carta poder y que no dejara ni al mismo padre ver a mis hijos. Sentía que esos derechos los había perdido. Le expliqué a mis hijos que me iba a ir porque quería que ellos pudieran tener los estudios que yo no tuve. Si me tienen rencor, quiero que piensen que hice lo que hice por hacer un sacrificio para ellos.

Llegué aquí en el 2007. Yo tenía un trabajo en la mañana en un hotel y en la tarde en un restaurante. Trabajaba demasiado y un día me contaron mis hermanas que habían recibido una llamada. Era Salvador, mi ex-pareja, que estaba en México y quería ver a los niños. Mis familiares me pidieron que lo dejara verlos, pues los niños no tienen la culpa. Pero estaba determinada a que no los viera porque yo los estaba apoyando a salir adelante sola. Si yo los mantengo sola, él no tiene ningún derecho a verlos. Me decían mis familiares que no fuera rencorosa y orgullosa. Yo no era así, pero me hicieron. A mí me han costado mis hijos. Finalmente dejé que mi cuñada pudiera verlos supervisados, pero sólo una hora. Mi marido me pidió perdón y le dije “cuando ellos mas te necesitaban, tú no estuviste. No te preocupes que de hambre no nos vamos a morir. Tus hijos te van a odiar porque en esta vida todo se paga.” Entonces es cuando le puse la condición que si él quería estar en su vida, les tenía que a hablar por lo menos una vez al mes o definitivamente no hablarles. Al cabo su número de teléfono siempre ha sido el mismo. Mientras, yo iba continuar trabajando para mandarle dinero a mis hijos — lavando, planchando y vendiendo cosméticos.

En el 2009, regresé con mi marido y de Chicago me moví para Nueva York. Regresé con Salvador, pero ya habían cambiado las cosas. Puse condiciones como que él iba a pagar los gastos de la casa. Le dije, “ya no me preguntes en qué gasto mi dinero, ni me pidas cuentas. Mi dinero es mi dinero y que no te importe si me lo gasto en un día. Podemos dormir en la misma casa, pero no habrá intimidad. Voy a dejar que les hables por teléfono a mis hijos porque creo que les ayudaría a subir las calificaciones.”

Tengo diez años de no ver a mis hijos y mi hija ya se recibe de su carrera de mercadotecnia el 25 de mayo. Ella tiene 23 años. Ya está ejerciendo su trabajo y vive independientemente. Creo que mi sacrificio no ha sido en vano. No me arrepiento. El sacrificio — de dejar a mis hijos — ha valido la pena. Mi mamá está orgullosa porque para ella es como su hija, no su nieta. El otro día me llamó para contarme que hasta le van a dar carro por parte de su compañía.

Mi mamá me dice, “te perdiste la niñez de tu niña porque ya es señorita.” Entonces le contesto, “mamá, ¿tu crees que si me hubiera quedado en aquel trabajo, que mi hija seria profesional? En un país con pocos recursos, ¿qué le pudiera ofrecer uno a sus hijos?”

Cuando recién me mude a Nueva York, trabajé en un restaurante Mexicano, pero sólo dure tres meses porque el dueño me acosaba. Yo sólo hacía mi trabajo como todas las demás empleadas. Cuando me dijo que le ayudara a elegir las carnes, él empezó a “hablarme bonito.” Le dije, “usted es un señor mucho mayor que yo, pero eso no le da el derecho a aprovecharse de sus empleadas”. Cuando vió que me daban ganas de renunciar, me dijo, “no dejes el trabajo, te puedo dar algo extra”. Para íi no se trataba del dinero, sino de que él cambiara su actitud. Si a mí me acosaba que llevaba poco tiempo, me imagino que también estaba acosando a las demás empleadas. Hable con la señora [le esposa del dueño que también era dueña del restaurante] y le dije que tenía que renunciar porque estaba a gusto, pero el trabajo me quedaba muy lejos. También le dije a mi esposo que no quiera trabajar ahí, pero no le dije la razón.

Busqué y no encontraba trabajo. Busqué cualquier tipo de trabajo, pero los únicos trabajos disponibles eran por la noche y no quería trabajar de noche. Mi marido me consiguió trabajo en el mismo restaurante, pero en otro local. Le pedí a la señora que nos rentaba un cuarto, Paola, que me recomendara en donde trabajaba, un restaurante dominicano. Tenía una compañera que se iba a ir de vacaciones por veinte días y me dijo que me alistara con unos pantalones negros y una camisa blanca porque salíamos a las site de la mañana. Porque no tenía camisas blancas, me regaló dos camisas blancas. Cuando regresó la muchacha a quien cubría, dijo la manager que no me iba a dejar ir y así pasé cinco, casi seis, años ahí.

Tenía cinco años trabajando cuando me fije que algo no estaba bien. Trabajábamos nueva horas diarias de las 7am — 4pm. Los cocineros trabajaban de las 6am-4pm, 10 horas. Un compañero de trabajo, Oscar, tenía que fregar los trastes y todavía cocinar todo el arroz. No descansábamos. No había de otra.

Había otro muchacho que ya se regresó a México. El empezó a hacer sus cálculos y decidió que no era un salario justo. Empezó a hablar de un aumento. Los encargados le dijeron, “de eso no se habla aquí.” El les respondió,” ¿entonces en dónde se habla de eso?”

Yo también hice mis cálculos. En 54 horas a la semana yo recibía $240 (si trabajaba los siete días). Eran $40 dólares al día en el 2014. En una hora, de las 11 a las 12, comíamos las 10 personas y sin derecho a un break. Si nos quedábamos sin comer durante la hora, nos teníamos que esperar hasta después de salir a las 4 de la tarde.

Oscar empezó a ver que el trabajo que él hacía era de dos personas y pidió un aumento. Y preguntaba que en qué momento se podía hablar de este asunto. Le hicieron malas caras. Un día llegó el dueño y vio que habían muchos trastes sin lavar, pero Oscar estaba ocupado haciendo el arroz. Cuando el dueño le llamó la atención de los trastes, le respondió que si quería ayudar. El jefe no se daba a respetar. Lo despidieron. Le dieron un sobre con $60.

Como el vivía en la casa con mi pareja y yo, le dije, “no te preocupes por la renta que yo la voy a pagar,” pues no encontraba trabajo. Le dije, “tomate unas vacaciones por los años que trabajaste sin descanso.” Fue entonces que él conoció a la organización (Laundry Workers Center). Conoció a un compañero, Nazario, que nos invitó a la organización. Yo misma estaba entre que si me unía o no me unía. Cada día mi trabajo era más pesado. Además de trabajar por tan poco dinero, cuando teníamos propinas nos la teníamos que dividir entre 10 personas. No veías el sol porque entrabas tan temprano y salías tan tarde. Y no había la opción de encontrar un medio tiempo porque salía tan cansada después del trabajo. Pensé para mí misma, “aquí no es vida.”

Así es como me uní a la organización. Me pregunté, ¿en qué mundo vivimos? ¿Por qué dejamos que el empleador nos haga y nos desaga como le da la gana? ¿Por qué todo el mundo se queda tan tranquilo? ¿Cómo es que el dueño anda en un carro lujoso y con una mujer diferente cada semana por el sudor de nosotras/os? Me dije, “¿ lo hago o no lo hago?¿ Vamos a hacerlo?”

Me animé porque despidieron a este muchacho, Oscar, que tanto trabajaba y al próxima día el dueño trajo a su suplente como si nada. Después de tanto tiempo trabajando ahí y nada mas le dieron $60. Yo sentí muy feo por él. Sentía como que este muchacho era el hijo que no tengo aquí. Él les puso una demanda. Yo dije, “lo voy a apoyar aunque tenga que ser a escondidas y aunque me divorcie de mi marido (quien era muy amigo del dueño).” Yo traje mis cuentas. Así se fueron reuniendo más compañeros; primero solo éramos cuatro. Llegamos a veintidós. Nos contra-demandaron y contra-demandaron a Mahoma [uno de los organizadores del LWC]. Después de eso, los encargados y algunos de mis compañeros me hicieron la vida imposible. Hasta algunas de mis propias compañeras del trabajo empezaron a hablar de mí. Me mantuve muy firme. Quisieron los dueños que firmara mi renuncia, pero no firmé por mi voluntad.

Me despidieron y sólo recibí un sobre que ni abrí. Al próximo día fui al departamento laboral y puse mi queja. Les dí el sobre todavía sellado y les dije mis quejas: de mesera sólo dure un año, pero yo trabajaba en el counter. A veces me pasaban órdenes para hacer, pero le dije que no eran mías y que yo tenía mi propio trabajo que me mantenía ocupada. Una de las meseras era familiar de los dueños y nos decían que no necesitaba ayuda de nadie, pero trabajaba muy despacio. Un día el jefe me dijo una mala palabra hasta que un cliente le dijo que era mala educación. Creo que el dueño quería que yo estallara. Pero yo estaba comprometida a no reaccionar — podré estar muriendo de coraje pero no voy a ser igual que él.

Hice muchos enemigos, pero no hice nada mal. Tenía miedo de que me echaran a la cárcel, pero dije “ yo voy a luchar porque no tengo de qué avergonzarme. Para mí no es un juego.” Mi mamá tenía mucho miedo. Me preguntaba, “¿y si te mandan de regreso para acá?”. Le aseguré, “mami, yo no he matado a nadie. Solamente me estoy defendiendo y sé mis derechos.” Mis ex-compañeras me decían, “tú vas a estar fichada” y les dije, “ ¿por qué, si yo no he cometido ningún delito? Mi delito fue cruzar la frontera y no he hecho nada de lo que estar avergonzada.”

Yo les quiero decir a las demás mujeres en mi situación que no se dejen. No porque seamos mujeres hay que dejarnos ser humilladas. No porque seamos mujeres hay que dejar que nos pisoteen.Ahora estoy en la mesa directiva de Laundry Workers Center.

El primero de mayo, no voy a asistir al trabajo para demostrarles que, sin nosotros, los hispanos, en este país no son nada. No voy a trabajar como mesera. Eso también lo hice en el día sin inmigrantes. Me tocaba trabajar, pero no trabaje. Dije, “aunque me regresen para mi casa el día siguiente no voy a asistir al trabajo.” Al final no me despidieron.

*Esta entrevista es parte de un iniciativa conjunta entre Public Seminar y el Paro Internacional de Mujeres NYC. Los nombres han sido cambiados.